Aparecidos es el debut en el largometraje de Paco Cabezas, (en la imagen, explotando su imagen de freaky-director), al que tengo en más aprecio como director de largos que de cortos –me pasa como con Vigalondo, del que prefiero Los cronocrimenes, con tod

Pero dejando a un lado este desliz y algunas incoherencias del guión –no muchas, pero importantes: ¿porqué el villano de la película quiere matar a sus hijos? ¿? ¿Es normal que dos personas perseguidas por un asesino entren a un bar y se pongan a desayunar como si nada? ¿¿??-, lo que más me ha llamado la atención de Aparecidos es la decisión de su director y guionista de ambientar la acción en Argentina, concretamente teniendo como telón de fondo los crímenes cometidos durante su dictadura. Esencialmente porque no hay nada en la trama que justifique esta decisión. Es decir, y hablando claro, Aparecidos podría perfectamente haberse contado igual cambiando la dictadura argentina por la franquista. Así que si yo fuera retorcido, y lo soy, pensaría:
a) Que Paco Cabezas –y sus productores- han tratado de evitar por todos lo medios que el espectador diga eso de: “no, porras, otra película española sobre Franco y la guerra civil”.
b) Que Paco Cabezas –y sus productores- han preferido no mojarse, echar balones fuera y evitar susceptibilidades en un país donde, cual niños en patio de recreos, seguimos creyendo en las dos Españas, en los vencedores y los vencidos, en los rojos y los fachas. Un país de extremos, incapaz de perdonar y de ser perdonado

O puede, sencillamente, que yo vea fantasmas donde no los hay. Puede que Paco Cabezas ni siquiera haya reparado en esto y que la dictadura argentina, simplemente, le parezca un episodio con el suficiente potencial dramático como para incluirlo en su historia. No lo sé. Pero a mí me parece una pena. Porque Aparecidos, con todos sus defectos, tiene garra, factura y una buena idea detrás. Y lo que es más importante: ganas de emplear el género de terror para hablar de cosas interesantes. Por eso lamento que se haya perdido la oportunidad de emplear nuestra dictadura, nuestro Franco (es nuestro, mal que nos pese), es decir, nuestra Historia, para levantar lo que de podría haber sido un buen ejemplo de genuino cine fantástico español.
Todo esto, me temo, seguirá siendo así mientras nuestros cineastas y nuestro público, soberano él, no entiendan que si Estados Unidos tiene sus gasolineras y sus granjas polvorientas repletas de psicópatas nerds, sus Watergates, sus veteranos que aún matan Charlies en sueños, nosotros tenemos una España profunda, unos pueblos castellanos anclados en el velo negro y la misa de doce, unas meigas, una dictadura que también secuestró y torturó rojos, invertidos y maleantes y que ha poblado nuestras calles de fantasmas que vagan pidiendo justicia.
Y que todo eso, aunque parezca mentira, sigua sin explotarse aún en nuestro cine de género.